Tener una gran familia como la mía me ha permitido comprobar muchas cosas con respecto a los niños y la experiencia me ha dado la información necesaria como para confirmar lo que gran parte de nuestra sociedad lleva años clamando a gritos: los niños nacen sin prejuicios, somos nosotros quienes nos empeñamos en que los adquieran.
Mi sobrina mayor, que ahora tiene 12 años, me dio una gran lección cuando apenas tenía 4 y acudía a esta guardería en Vigo. Una tarde, a mediados de abril, fui a recogerla a la puerta para darle una sorpresa y llevármela al parque y a merendar conmigo. Cuando se abrieron las puertas, muchos niños bajaron los dos escalones que tiene el aula a trompicones para encontrarse con sus padres que los esperaban junto a mí y uno de ellos corrió con tanto ímpetu que no pudo esquivarme a tiempo, por lo que se sio de bruces contra mis piernas. El niño se levantó del suelo mientras yo intentaba ayudarle también y se fue corriendo de nuevo hasta los brazos de su madre quien, con una sonrisa, me pidió disculpas por el incidente (como si tuviera que hacerlo).
Cuando salió mi sobrina la sorpresa que se llevó fue tremenda y, juntas, caminamos hacia mi coche que había aparcado unos metros más atrás. Hablando con ella minutos después, le dije que su compañero de clase, el niño negro, se había chocado conmigo y se había llevado un buen golpe el pobre. Mi sobrina me miró asombrada y me dijo “¿Hay un niño negro en mi clase?”.
Años después, otro de mis sobrinos, me dijo que un compañero de clase llevaba un aparato en la oreja para poder oír y que algunos niños se lo quitaban en el recreo para insultarle sabiendo que no les escucharía. Yo le pregunté si él veía eso bien y me dijo que no, pero que no sabía qué hacer. Le aconsejé que en cuanto viera que eso pasaba, avisara a su profesora corriendo. Por aquel entonces tenía unos 9 años y me sorprendí mucho de que los niños de esa edad ya tuvieran esa malicia.
Unos días más tarde me pasé por casa de mi hermana para darle unas cosas y me di cuenta de que él estaba muy disgustado en el salón, así que fui a preguntarle. Me dijo que el día anterior, a la salida del colegio, esos niños habían vuelto a quitarle el audífono a su compañero de clase y que lo habían tirado al suelo y pisado hasta romperlo mientras reían. Me indigné muchísimo y me cabreé tanto que me fui directa a mi hermana para que me explicara mejor lo sucedido. Ella me dijo lo que mi sobrino le había contado (lo mismo que a mí) y que aunque los padres del compañero de clase de Hugo habían ido a quejarse al colegio, éste no se hacía cargo de la situación porque había ocurrido fuera del recinto y cuando ya habían acabado las clases escolares.
Hay que buscar soluciones
Yo no sé exactamente cuánto cuesta un audífono pero sé que barato no es, así que le propuse a mi sobrino y a mi hermana ir a hablar con la profesora del aula para idear algún modo de ayudar a la familia. Montamos una fiesta en el patio del colegio, con la aprobación del AMPA y de la dirección del centro, y conseguimos la friolera de 475 euros que niños, padres, familiares y amigos habían gastado en los puestos de refrescos y tapas que habíamos puesto alrededor de la cancha de baloncesto, junto a la música que sonaba por los altavoces de la escuela. Pasamos una tarde divertida y encima conseguimos ayudar al pequeño, que pudo comprarse un nuevo audífono en Innovaudiosa.
¿Por qué mi sobrina no se había dado cuenta de que su amigo de clase en la guardería era negro? ¿Por qué mi sobrino no quería insultar a su compañero por tener problemas auditivos y aquellos otros niños sí? No es porque mis sobrinos sean mejores que los demás ni mucho menos, es porque no se les ha educado con prejuicios y, como nacen sin ellos, no entienden de racismo, xenofobia, homofobia o de cualquier otro tipo de odio hacia una persona que tiene alguna característica diferente a ellos.
Sería tan extremadamente fácil vivir en un mundo donde reinara la diversidad y no hubieran prejuicios que a veces me pregunto por qué no podemos conseguirlo.